
Despeñaderos nacen socavando
el ritmo rojo de la sangre, y acogen
las sílabas lúbricas de las palabras
para tornar rocas los acentos amorosos
que se quedaron extraviados en el limbo del silencio indúctil.
Antes, los ojos fueron hilo
bordándose en el hemisferio de los sueños,
y manos deletreando caricias
sobre un cielo evocativamente desorientado, errante
en su transitar sin máscaras, desnudo
de falacias, fiel a su verdad incompartida.
No hay espejos que restauren
los rumores íntimos con los que las olas se desvisten,
ni ecos que salven el canto de una sirena varada en leyenda sin voz:
tu piel no ha guardado nunca
la ternura desarraigada con la que el aire pare mis latidos de hembra.
Aquí, abajo…el sepulcro de aquellas palabras: junto al cáliz
desdeñado por tus labios sin sed…
Issa Martínez